Saturday, January 20, 2007

tocar el piano

Desde niña, cuando tenía cuatro años, entré a clases de Iniciación Musical en la Casa del Arte, con la maestra Carolina y un montón de niños hiperactivos que necesitaban canalizarse, como en el caso de mi hermano. Tocábamos huehétl y maracas para aprender tiempos y ritmos, triángulo y platillo de vez en cuando, pero lo más importante y para quien más se lo mereciera, el xilófono y el metalófono. El salón estaba a mitad del pasillo, pero siempre al final de cada clase, me asomaba al último salón, donde una señora daba clases de piano; la veía, me veía y me echaba a correr. Al final de cada curso hacíamos una presentación a los padres de familia, a la que siempre iba de vestido.
Cuando cumplí ocho tuve que elegir: violín, guitarra o piano. Me dijeron que si aprendía piano, los demás instrumentos se me facilitarían, así que me inscribí, junto con mi hermano. Recuerdo que mi papá nos compró un teclado de cinco octavas y, un día anterior a que empezaran mis clases, toqué por primera vez, pues supuse que sería lo mismo que tocar en xilófono pero con los dedos. Así, empecé mis claes, dos veces por semana en el salón al final del corredor, con la maestra Celina. A ella le gustaba avanzar "lento pero seguro"; llevé los cuatro métodos de Bastien, con dibujitos adhoc al título de cada pieza; seguí con los cuatro Thompson, lo más complicado en aquellos tiempos; al terminar, me dio a elegir piezas, sencillas, pero a mi gusto, además de métodos de técnica de ritmo y velocidad.
Pasé años iendo a la Casa del Arte, comprando dulces en la tiendita y jugando con los niños del patio. Mi mamá nos llevaba puntual a cada clase y nos recordaba practicar cada día. Mi hermano no quiso seguir el método, él quería tocar lo que quisiera y dejó las clases. Yo seguí. Tocaba en cada recital de Navidad, de fin de cursos y en el Colegio. Pasaron diez años y la maestra Celina debió retirarse, para dejar la plaza a su hija, la maestra Carolina, con quien tomé unas cuantas clases para finalmente optar por lecciones particulares con mi primera, única y verdadera maestra. Iba un día a la semana a su casa, por las tardes o por las noches.
Siempre al llegar, la encontraba estudiando italiano o merendando con su esposo, un señor muy amable de edad avanzada; siempre me invitaban café, té o pancito dulce y recuerdo que una vez me regaló unas mandarinas de su jardín. También me regaló un rosario, uno de los regalos más sinceros que he recibido; lo tenía a la cabecera de mi cama y ahora, frente a mi espejo. La maestra Celina era requerida en muchos coros como acompañante y en el teatro como solista. La ligereza y determinación de sus dedos era mi inspiración. Dejó de subestimarme y me confió a Mozart, a Beethoven, a Schubert, a Schumann, a Chopin, a Bach. Mi papá me compró finalmente un piano, como regalo de quince años: un Baldwin-Hamilton de cedro con caja grande, de esos que llaman de estudio.
Cada día que estudiaba y que conseguía leer una pieza correctamente me sentía crecer. Muchos otros días incluso golpeaba las teclas y cerraba el cajón con fastidio; sin embargo, recordaba que habían sido años de esfuerzo, mío, de mi mamá y de mi maestra: no podía dejarlo, no quería. Terminé la Prepa. Todavía recuerdo mi última clase. Toqué el Vals 69 No. 1 de Chopin, o al menos, lo intenté. Me dijo "No lo dejes, ni este Vals ni todo lo que has aprendido. No dejes tu esfuerzo de lado y sigue estudiando. Acuérdate de practicar cada día. Espero que alguna vez me invites a verte tocar". Y lo dejé por medio año porque mi piano no cabía en el estrecho espacio de mi nuevo cuarto; pero cada que regresaba a Victoria, la mayor parte del tiempo, desempolvaba mis libros, abría el cajón y practicaba. Pude leer nuevas piezas por mí misma, aunque no del todo bien pues la falta de mi maestra me conservaba en un estado de inseguridad permanente.
Desde el semestre pasado decidí retomar mis clases. Sabía que el Tec contaba con una maestra de piano; me dijeron que era medio especial, no hice caso, pero efectivamente, ella no me dio horario. En diciembre pasado fue el recital de su clase de avanzados y tengo que decir la verdad, todos tocaban con elegancia; uno de ellos interpretó Fantasie-Improptu perfectamente. Busqué a la maestra al final de exitosísimo recital y le pedí un horario. Hace dos semanas me lo concedió y ayer fue mi primera clase. Juro que durante más de un mes había estado practicando horas y horas al día. No podía fallar, tenía Invenciones de Bach, Sonatas, Valses... Al inicio de la clase, la maestra Carolina (que se llama así como coincidencia), eligió las que serían mis piezas a interpretar al final del curso en su recital; yo le pedí Deux Arabesque de Debussy, pero ella se negó porque "le fascinaban los compositores mexicanos". No quise contrariarla y acepté. Me puso a prueba y fallé una vez, dos veces, tres. Cambié de pieza y mis dedos no respondían. Le decía que estaba muy nerviosa, que nunca había tenido más de una maestra. Y mis dedos no respondían. Yo sabía, las tenía potenciadas en mi mente sin poderlas concretar. Comprendo que entonces, ella en su tono de persona importante, me dijo que no pensaba que me encontrara al nivel. Al nivel. Le pregunté qué quería que tocara para ponerme a prueba otra vez; ella dijo "Toca la escala de Do" La miré incrédula y sé que ella supo leer mi incoformidad. Yo siempre había practicado con la técnica y ella me sugirió retomarla; corrigió mi postura y mi staccato. Finalmente me pidió que consiguiera para la próxima clase tocar Vals-Bluette de Serrato, la Invención 9 de Bach y que practicara mi escala de Do, esto último con voz todavía más sarcástica que antes. Soporté su tono de voz solo porque se trataba de la primera clase.
Comprendí que debía ser su estrategia demostrar quién era la experta que no se dejaría impresionar por nada, y quién la alumna que debía conseguir una La escala de Do en staccato. Me sentí ofendida y lo siento todavía. No merecía su tono de voz ni su imposición de pieza favorita. Al salir del salón no pude controlarme y lloré. No quería llegar a mi casa así para que mis papás me recibieran con su pregunta cotidiana ¿cómo te fue? Pero no tenía otro lugar a dónde ir. Nunca he encontrado un lugar a dónde ir para llorar mas que mi cuarto, sola. Estoy conciente de que no toqué bien, peor también de que puedo hacerlo; me siento incoforme conmigo aunque no tan vencida como ayer. Tendré que soportar a mi nueva maestra para demostrarle que sé hacer bien las cosas, porque quiero invitar a la maestra Celina al recital de fin de curso.

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2 Comments:

Anonymous Anonymous dijo

Se que puedes!!! EStoy segura! y claro que le vas a demostrar a esa maestra lo disciplinada y buena que eres para tocar lo que quieras! Estoy mas que segura!! Sigue practicando como siempre!!
Tqm!!

7:03 PM  
Anonymous Anonymous dijo

Animo gabita!!
Nunca te he visto tocar piano, y ni se mucho de las piezas que platicas, pero en tu forma de escribir tu nota de hoy, siento la sinceridad de tus palabras y tu amor hacia ese arte.
Tu misma dijiste es tu primer clase, verás como la maestra después te adorará, esos maestros siempre tienen miedo a que un alumno los supere, y miedo es lo que te tiene a ti.
Demuestrale quien es la grande, muestrale todo lo que tienes dentro y de que estás hecha.

Un abrazo

8:43 PM  

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