camino al santuario
habrán extendido su timidez amarilla, habrán viajado millas en vano. tontas tontas, ingenuas, en su torpeza y fragilidad natural. tambaleantes, volando bajo, hasta rozar los parabrisas, o tan alto que se quedan ciegas antes del mediodía. y otras tantas rezagadas, desorientadas, perdidas, que se arrinconan a descansar en algún árbol del centro y, tercas, tontas tontas, beben el rocío y vuelven al viento. y entonces amanecen tendidas sobre el concreto, destintándose vibrantes con deshiele del granizo. llega el día de las muertas y un niño las deshoja y se las guarda en el bolsillo.
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